Bitácora día 2: Sinfonía de cal y molinos de viento

Ya en nuestra segunda singladura rumbo a Vejer, la tripulación encara con sonrisas los ocho grados del mirador de la Plaza del Cabildo, desde donde nos observan atentos los ojos de los búhos, como guardianes del mundo natural que creíamos de ayer. Surcamos los espacios que envuelven los Pueblos Blancos y su bosque mediterráneo.

Un paisaje de brumas, celestes, lapislázuli y verdes, inabordables, se enmarcan en el arco de cal de acceso al mirador que parece adivinar La Caleta, como anunciará el azul del embalse de Los Hurones su mar océana y sus emociones.

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En los rostros de nuestra tripulación se entrevé la huella de la primera jornada. En Guillermo, nuestro chicarrón del norte, o en Carlos que aguanta el tipo con elegancia mientras anima al resto con su dulce acento de ida y vuelta.

A lo lejos, las casas níveas de Arcos de la Frontera, antiguo limes del Reino Nazarí como susurra su nombre, parecen derramarse desde la cumbre de la serranía. Aún por encima de ellas, destaca otra edificación parduzca de planta rectangular, que por el contraste de colores y tamaños, no hace sino invitarnos a remontar las calles del pueblo y admirarla de cerca. En frente, la Basílica de Santa María de la Asunción; cristianísima de espíritu, berberisca en su traza, pues a las ya para nosotros archiconocidas tres torres hermanas, se les une otra pariente disfrazada de plateresco y de pináculos engalanada.

Navegamos por las orillas de Grazalema y Los Alcornocales, con un cielo surcado de aves y un suelo alfombrado de helechos, acebuches y musgo. Sobre las copas de las encinas, los robles y las lomas de sus pueblos, desbordantes de luz y cal, asemejan bandadas de gaviotas y velas desplegadas hacia el sur.

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De cuando en cuando, al final de los surcos labrados por la mano del hombre, pastan pacíficas ovejas, rumian las cabras y se asombran los ojos en un tiempo detenido. Vacas retintas y los toros rojos que describió Estrabón, el reino de Tartessos parece aquí posible, por encima de toda ciencia y arqueología.

Hay molinos de viento del XXI por Alcalá de los Gazules y Alonsos Quijanos por doquier en nuestra ruta. Como Don Paco, por los rompepiernas del camino de Benalup, con su mano amiga impulsando el pedaleo de una dulcinea de verde claro.

Arribamos a la plaza de Vejer y nos perdemos por entre callejas íntimas y silenciosas, en un paraíso blanco de cal y tamizado de azules.

Matilde Cabello y Antonio Míguez.