Bitácora 7: Surcando el Atlas Medio entre puertos y cazadores de serpientes

Zarpamos de Rabat con las pupilas llenas de colores y contrastes y las emociones a flor de piel. La acogida, en la segunda torre hermana de la ruta, no podía haber tenido mejor marco. Entre el mausoleo de Mohamed V y la atalaya de Hasán, palabras en francés, español y árabe conformaron la mixtura de la concordia. Saludos de acogida, abrazos fraternales y la llave de la ciudad que anuncia el meridiano de nuestra travesía.

Con la quinta oración, cuando el sol empieza a languidecer, el vertido de un reconfortante té nos hace sentirnos, aún más, en casa. El debate de hoy se desarrolla entre los muros del Instituto Cervantes de Rabat, entre imágenes de playas azules y grandes del flamenco retratados en momentos sublimes. En el horizonte, el territorio siempre inexplorado del Medio Atlas. El de los zaïanes de los campos libres, que nunca se plegaron a normas y vallas, será la prolongación salvaje del último barrio de Rabat, con sus setos recortados, los palacetes que añoran almunias, la arquitectura del XXI de las embajadas y el inabordable Palacio Real. Luego, todo seguirá un proceso natural desde las buganvillas, las celestinas o los palmerales, hasta la frondosidad que nos acerca a la Iberia frondosa de Herodoto.

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Montañas y mesetas, campos recién arados de tierras rojas y nuestro Antxon dibujándose en el horizonte cámara en mano, a la misma velocidad que los ciclistas. Jornada especialmente dura. Los ánimos de nuestros deportistas, el vigor de sus gemelos y la cercanía, casi acariciable, de la “plaza roja de las palabras”.

La franja verde serpentea hacia Rommani por sinuosas vías secundarias de interior y antes de llegar a la tierra quebrada, deja a la derecha una visión admirable. Y cuando decenas de kilómetros nos separan de La Fortaleza Victoriosa, atisbamos a un grupo de pastores enhiestos sobre un risco, vigilantes, que destacaban sobremanera en un entorno donde parecía haber nada. Y allí, se hallaron inmóviles hasta que los perdimos de vista, manteniendo un diálogo profundo con la tierra, inasible y admirable, para los amenazados por el fuste metálico de la modernidad.

El avituallamiento nos deparó el primer buqué marroquí con higo y frutos secos.

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Un páramo. A fondo de plano, la minúscula villa de casas multicolores y baja estatura quedaba muy lejos, demasiado, para romper la sincronía con el campo. En plano medio, la soledad de una portería oxidada era quebrada por el almuerzo de dos burritos, que acudían, parsimoniosos, a dar cuenta de los matojos que ejercían como punto de penalti. El meta-plano secuencia se completa con nuestro fotógrafo Francis Tsang, reflexiones zen, quien raptó un momento, ahora holgado hasta el siempre, que nos susurraba “qué cerca estamos de casa”.

Matilde Cabello y Antonio Míguez.       

Bitácoras

Jorge Arranz.

Ilustrador.

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