Bitácora 9: Singladura entre los lagos hacia la noche en la jaima

 

En el octavo día de navegación nos despedimos una vez más de los añiles: del intenso azul oscuro que nos ofreció el asombroso anochecer en el lago de Bin el Ouidane, con la luna grande pintándose en sus aguas, y del celeste angelical del amanecer.

El silencio casi duele de tan intenso e inusual, cuando la luz tímida cae sobre el paisaje de la kasba. Sobre la reja del balcón se posan pajarillos multicolores que parecen competir, como los antiguos troveros, a replicarse en los cantos. En el comedor huele a tortas de harina recién hecha y a miel fresca. Un gorrioncillo quiere participar de nuestro desayuno, saltando entre los vasos de té y el pan caliente, mientras los comensales lo observan con toda naturalidad. Es la interrelación naturaleza-hombre en el corazón de este país, donde los gatos pueden acariciar nuestros tobillos mientras disfrutamos de una cena de bienvenida con vajilla de gala y delicado cristal.

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Navegamos por el camino de Dennte entre tierra y hogares rosa palo que toman su color de arena y cal. Otras veces, el ocre de las viviendas apenas distingue su perfil por entre la maleza, las ramas de los olivos viejos y las planteras de los recién sembrados.

Los hornos de adobe humean a las puertas de las kasbas y entre las hojas brillantes, los chaparros y los cardos, se alinean las colmenas, intermitentes. Abejas madre por quienes los hombres no se inquietan aún, porque su polen aquí se expande limpio como el aire, igual que corren libres los niños, los burrillos enanos, los camaleones y las ovejas desnudas, cuya lana se tiñe de rojo, para cubrir el suelo y el cuerpo por igual, una vez tejidas.

Tierra de bereberes, acogedores cuando la embajada es de paz. No podemos dejar de pensar en Braudel y su secreto para la felicidad de los pueblos. “Techo, abrigo y comida”, sus tres premisas en esta gente incontaminada del vicio de poseer.

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Intermitentemente pequeños grupos de niños y niñas reciben clases bajo los olivares  mientras los mayores varean. Es tiempo de recolectar y de cambiar los conceptos de antaño, cuando los marroquíes del interior rehuían las fotos. Ahora, responden a nuestras cámaras alzando su teléfono móvil.

De nuevo en la carretera, una legión de gorriones se alborota ante la llegada de los ciclistas, formando una nube negra que nos ciega durante un instante. Ya disipada, podemos apreciar lo multicolor del campamento de jaimas contorsionándose en un tórrido zigzagueo, capricho de las altas temperaturas, con el mustio ocre del paisaje como trasfondo.

Última encrucijada de descanso, solaz en el desierto, ahora, solo nos queda la luz de una hoguera que promete relatario de cuentos bereberes.

 

 

Matilde Cabello y Antonio Míguez.  

Bitácoras

Jorge Arranz.

Ilustrador.

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