Bitácora día 1: Una ola color manzana. Desde la Giralda a Arcos de la Frontera

Como una premonición de lo por venir, Las Tres Torres se nos revelan desde la planicie que es Sevilla, queriendo tocar el cielo siempre desde su Giralda. Esos sillares cenicientos que, de cuando en cuando, y sin saber por qué, se tornan rojizos ansiando recordar a sus iguales de Rabat y Marrakech.

La singladura del lunes 7 de noviembre se presenta con viento favorable y marineros animosos. Con ellos accedemos al Ayuntamiento subiendo las escaleras principales del edificio, coronadas por el cuadro La Paz de Wad-Ras de Domínguez Bécquer. Frente al lienzo.  Ya en la Sala Comedor nos vigilan figuras ilustres. Allí reina la universalidad.  Valientes extremeños como Hernán Cortés, bibliógrafos como Hernando Colón y sevillanos como Velázquez.  Y reina la riqueza de la mezcolanza, latente en las palabras de Martínez-Simancas, al decirse “subbético, de Rute, tetuaní de origen, y orgulloso de hablar un lenguaje que cuenta con diez mil palabras” fraguadas en andalusí.

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Todo se ha llenado de verde manzana, como los jardines y los festones que escoltan las verjas de los palacetes románticos que nos dejó el veintinueve; han acompañado nuestros pasos y su pedaleo hasta la Casa Consistorial. A sus puertas, foto oficial y un paseo, siempre delicioso, por la antigua capital almohade.

Como vaticina Víctor, El Grande, “Sevilla pedaleará con nosotros, por la pluralidad y la diversidad, combatiendo contra el cambio climático”. Se vuelca en nuestra aventura hacia Marrakech esta ciudad que, con 150 kilómetros de carril bici,  parece estar diseñada para acoger el principio de esta travesía que zarpa de la torre que fuera alminar.

Un paseo, cómo no, a pie desde el Ayuntamiento a la torre que hoy corona el Giraldillo. Evocador. Establecimientos centenarios, la estrechez de la ciudad medieval y los espacios abiertos que tanto asemejan a su hermana almohade en Marruecos.

Nos sentimos pequeños frente a la Giralda y la mano diestra de Jorge. Él quiere saber por cual de ellas se inclinaría Antonio, amante y estudioso de la cultura de Al-Ándalus, a lo que éste contesta:

Cada una de las torres gemelas esconde una singularidad encantadora… por ejemplo, la Kutubía de Marrakech es la madre, pues ella fue la primera en erigirse, y la que asentó una nueva forma de concebir la arquitectura norteafricana.  Se trata también de la más pura, ya que es la única acabada por entero, o sin agregaciones cristianas. Aún así, no hemos de olvidar el interés de las otras dos restantes; en Rabat, la torre Hasán nació con el deseo de ser la más alta del mundo, y ello es de por sí un hecho admirable. Que quedase a medio finalizar no deja de ser un recordatorio indeleble de los límites humanos, así como de su vanidad y supeditación frente al entorno. Por su parte, la Giralda es la más rica artísticamente de las tres, adornada con gracia mediante lacerías y arcos ciegos propios del islam,  se halla también apuntalada con filigranas góticas o renacentistas, según la sensibilidad católica. Es natural pensar en esta torre como una ejemplificación inmejorable de la mixtura cultural de nuestra península, matiz a veces visto como algo peyorativo, pero, se quiera o no, resultado de un legado histórico, el andalusí, difícil de igualar”.

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Salimos por la avenida de Jerez, dejando atrás la Sevilla blanca de las tejas ocres. Los edificios del cuartel de artillería y de Alfonso XIII, abandonados, quedan a nuestra izquierda y su imagen parece anticiparse a lo que nos aguardará más allá del Estrecho, en los últimos vestigios del Protectorado.

Ellos saludan, las chicas sonríen. Ana, Sara, Nadine, Mónica, Sonia y Natalie encaran con fuerza los repechos de las carreteras secundarias, como si cada impulso de sus gemelos fuera una gota de agua sobre este desierto-paisaje, que de cuando en cuando nos alivia con un boceto de tonos verdes por entre la tierra parda.

Algún rebaño pasta al sol a orillas del asfalto, en donde los surcos de lo sembrado encaran hileras de eucaliptus sedientos a todas luces, quizá porque el arroyo que lo acompaña está falto de energía y sus aguas ya no son cristalinas. Al otro lado de la carretera, los campos de algodón señalan el camino de Los Palacios y del humilde pueblo del regadío. Las lomas, bicolores, de tonos marrones, esperan la siembra y pintan la atalaya.

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Arcos de la Frontera se adivina a lo lejos, en la antesala de Espera, la grandeza de sus fortalezas y las reminiscencias pre-romanas de su origen.

La blancura y el azul, sorprendentes. Ya sabe a Cádiz el cielo y el aire.

 

 

Matilde Cabello y Antonio Míguez.

BITÁCORAS.